martes, 15 de julio de 2014

RESEÑA A CARMEN McEVOY- "La utopía republicana" CRISTOBAL ALJOVÍN DE LOSADA

Ideales  y realidades en la formacion de la cultura peruana

RESEÑA A CARMEN McEVOY.

El presente libro, que tiene como origen una tesis doctoral de la Universidad de California en San Diego, refleja la preocupación de la autora desde tiempo atrás por entender la cultura republicana peruana. El punto de partida en ambos libros es una crítica a la escuela dependentista que sostiene que la política latinoamericana estaba marcada por su situación de inferioridad frente a los países poderosos creando, de este modo, una carencia de autonomía a las elites. Es decir, que la Inglaterra del siglo XIX y los Estados Unidos de Norteamérica del siglo XX fueron los forjadores de la historia de los países al sur de río Grande significando que los países latinoamericanos sean considerados como objetos y no sujetos del quehacer histórico. Contraria a dicha postura, la autora sostiene que existió una autonomía frente a los grandes países del “primer mundo” en el aspecto político resaltando a los actores y eventos políticos. Es decir que la historia de los grandes hombres forma parte de la teoría de la historia. 
De otro lado, el libro realza el factor cultural que, por supuesto, reduce en mucho la libertad a los actores convirtiéndolos, en cierta medida, en objetos de su propia cultura. De este modo, McEvoy reduce la influencia de los factores externos y enfatiza los aspectos internos tanto individuales como culturales. Para lograr su cometido de mezclar análisis de cultura con personajes y eventos históricos, la autora combina de manera bastante interesante dos estilos: la narración y el ensayo histórico.

En el libro de la presente reseña, McEvoy continúa con esta reflexión. Pero al ampliar el período de estudio del caudillismo de Ramón Castilla surgido en las décadas de 1840 hasta el fin del segundo civilismo en 1919, la autora encuentra una gran gama de proyectos políticos que los agrupa en dos grandes grupos: patrimoniales y republicanos. Al escoger un período mayor, la autora se enfrenta tanto con proyectos incluyentes como excluyentes, o con una lógica diferente. Un sistema patrimonial, por ejemplo, no fomenta necesariamente la ampliación del número de ciudadanos preocupados en política sino, más bien, crea lazos de dependencia.

El libro está basado en un esquema de cuatro partes que reflejan en verdad la dicotomía antes discutida: sistema patrimonial y republicano. Obviamente, en estos cuatro grandes bloques existen dentro de ellos una serie de variaciones y matices. Empieza el libro con “el legado castillista” (1845-1872) en donde la política que es patrimonialista, es cuestionada por los ideales republicanos democráticos que el grupo de Manuel Pardo representa entre 1872 y 1883. Pero entre 1883 y 1904, los sobrevivientes de la guerra del Pacífico (los miembros del partido civilista, los demócratas liderados por Nicolás de Piérola y Andrés A. Cáceres y su partido constitucional), que estaban enfrentados entre ellos, reformularon el republicanismo heredado del civilismo de Pardo al reducir las esferas de participación ciudadana. La autora tilda a este período de un “republicanismo autoritario” en que existió una unión cívico-militar.

Todo tipo de aproximaciones tiene sus problemas o sus propias limitaciones, Mis dudas son en su mayoría en cuestiones de énfasis, en expresiones demasiado tajantes. Primero, me da la impresión que las divisiones políticas son demasiado contundentes. A mi parecer, tanto los proyectos descritos como fuertemente patrimonialistas (Ramón Castilla) o republicanos demócratas (Manuel Pardo) no son del todo patrimoniales o republicanos. Empecemos por Castilla, las revoluciones de éste estuvieron inmersas en un discurso constitucional liberal que, de algún modo, le restaba fuerza a sus juegos patrimoniales. La lógica constitucional, que se consideraba como parte esencial del comportamiento de países civilizados, lo obliga a amortiguar sus actitudes patrimoniales. De otro lado, de la modernidad política de Manuel Pardo, uno podría preguntarse si en el campo esto también se dio. Acaso las reglas de juego cambiaron para la mayoría de la población: ¿cómo fueron las relaciones de poder con la población rural o, las relaciones entre las elites rurales? Tengo la impresión que hurgando podríamos encontrar ciertas similitudes con la época de Castilla en donde el discurso y la práctica política iban muchas veces por caminos diferentes. Además, no debemos olvidar que el imaginario de muchos de los líderes estuvo marcado por los vínculos entre ellos y el campo, en el cual la figura del señor -basada en una relación patrón-cliente- fue muy fuerte.

La autora nos ofrece una serie de aportaciones bastante interesantes cuando describe el funcionamiento político, sobre todo urbano. Ella narra muy bien cómo funcionó el quehacer político: los mecanismos de alianzas políticas, las campañas periodísticas, el rol del estado y el de la sociedad. Un punto crucial que discute con acierto es cómo funcionaba la política en un período pre-partido, donde los clubes políticos y sus ebulliciones en épocas electorales fueron los mecanismos esenciales en la formación de una sociedad civil incipiente. Y, con la fundación del partido civil en 1871, la política cambió al fundarse el primer partido político con una cierta ideología y maquinaria. Obviamente, la autora no cae en la facilidad de que los partidos fueran extremadamente burocráticos, utilizando la terminología weberiana, o que la figura del líder desapareciera. Aún más, muchos de los partidos estuvieron estrechamente ligados a la figura del líder con ciertos visos carismáticos, excepto a mi entender, el civilismo del siglo XX.

El trabajo de McEvoy enfatiza, como se menciona en el prefacio, un punto crucial para entender el presente del Perú: la necesidad de volver nuestras miradas al siglo XIX, donde se forjó buena parte de nuestra actual cultura política. Esto incluye la lucha por la ciudadanía como un derecho y a todo el problema de la relación entre libertad e igualdad, lo cual es mencionado por Tocqueville como eje principal del problema de la modernidad. Esto último tuvo su génesis en un siglo que está dejando de ser olvidado por trabajos ingeniosos y sugerentes como los de Carmen McEvoy. 
 

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