El presente libro, que tiene como origen una tesis
doctoral de la Universidad de California en San Diego, refleja la preocupación
de la autora desde tiempo atrás por entender la cultura republicana peruana. El
punto de partida en ambos libros es una crítica a la escuela dependentista que
sostiene que la política latinoamericana estaba marcada por su situación de
inferioridad frente a los países poderosos creando, de este modo, una carencia
de autonomía a las elites. Es decir, que la Inglaterra del siglo XIX y los
Estados Unidos de Norteamérica del siglo XX fueron los forjadores de la
historia de los países al sur de río Grande significando que los países
latinoamericanos sean considerados como objetos y no sujetos del quehacer
histórico. Contraria a dicha postura, la autora sostiene que existió una
autonomía frente a los grandes países del “primer mundo” en el aspecto político
resaltando a los actores y eventos políticos. Es decir que la historia de los
grandes hombres forma parte de la teoría de la historia.
De otro lado, el libro
realza el factor cultural que, por supuesto, reduce en mucho la libertad a los
actores convirtiéndolos, en cierta medida, en objetos de su propia cultura. De
este modo, McEvoy reduce la influencia de los factores externos y enfatiza los
aspectos internos tanto individuales como culturales. Para lograr su cometido
de mezclar análisis de cultura con personajes y eventos históricos, la autora
combina de manera bastante interesante dos estilos: la narración y el ensayo
histórico.
En el libro de la presente reseña, McEvoy continúa con
esta reflexión. Pero al ampliar el período de estudio del caudillismo de Ramón
Castilla surgido en las décadas de 1840 hasta el fin del segundo civilismo en
1919, la autora encuentra una gran gama de proyectos políticos que los agrupa
en dos grandes grupos: patrimoniales y republicanos. Al escoger un período
mayor, la autora se enfrenta tanto con proyectos incluyentes como excluyentes,
o con una lógica diferente. Un sistema patrimonial, por ejemplo, no fomenta
necesariamente la ampliación del número de ciudadanos preocupados en política
sino, más bien, crea lazos de dependencia.
El libro está basado en un esquema de cuatro partes que
reflejan en verdad la dicotomía antes discutida: sistema patrimonial y
republicano. Obviamente, en estos cuatro grandes bloques existen dentro de
ellos una serie de variaciones y matices. Empieza el libro con “el legado
castillista” (1845-1872) en donde la política que es patrimonialista, es
cuestionada por los ideales republicanos democráticos que el grupo de Manuel
Pardo representa entre 1872 y 1883. Pero entre 1883 y 1904, los sobrevivientes
de la guerra del Pacífico (los miembros del partido civilista, los demócratas
liderados por Nicolás de Piérola y Andrés A. Cáceres y su partido
constitucional), que estaban enfrentados entre ellos, reformularon el
republicanismo heredado del civilismo de Pardo al reducir las esferas de
participación ciudadana. La autora tilda a este período de un “republicanismo
autoritario” en que existió una unión cívico-militar.
Todo tipo de aproximaciones tiene sus problemas o sus
propias limitaciones, Mis dudas son en su mayoría en cuestiones de énfasis, en
expresiones demasiado tajantes. Primero, me da la impresión que las divisiones
políticas son demasiado contundentes. A mi parecer, tanto los proyectos
descritos como fuertemente patrimonialistas (Ramón Castilla) o republicanos
demócratas (Manuel Pardo) no son del todo patrimoniales o republicanos.
Empecemos por Castilla, las revoluciones de éste estuvieron inmersas en un
discurso constitucional liberal que, de algún modo, le restaba fuerza a sus
juegos patrimoniales. La lógica constitucional, que se consideraba como parte
esencial del comportamiento de países civilizados, lo obliga a amortiguar sus
actitudes patrimoniales. De otro lado, de la modernidad política de Manuel
Pardo, uno podría preguntarse si en el campo esto también se dio. Acaso las
reglas de juego cambiaron para la mayoría de la población: ¿cómo fueron las
relaciones de poder con la población rural o, las relaciones entre las elites
rurales? Tengo la impresión que hurgando podríamos encontrar ciertas similitudes
con la época de Castilla en donde el discurso y la práctica política iban
muchas veces por caminos diferentes. Además, no debemos olvidar que el
imaginario de muchos de los líderes estuvo marcado por los vínculos entre ellos
y el campo, en el cual la figura del señor -basada en una relación
patrón-cliente- fue muy fuerte.
La autora nos ofrece una serie de aportaciones bastante
interesantes cuando describe el funcionamiento político, sobre todo urbano.
Ella narra muy bien cómo funcionó el quehacer político: los mecanismos de
alianzas políticas, las campañas periodísticas, el rol del estado y el de la
sociedad. Un punto crucial que discute con acierto es cómo funcionaba la
política en un período pre-partido, donde los clubes políticos y sus
ebulliciones en épocas electorales fueron los mecanismos esenciales en la
formación de una sociedad civil incipiente. Y, con la fundación del partido
civil en 1871, la política cambió al fundarse el primer partido político con
una cierta ideología y maquinaria. Obviamente, la autora no cae en la facilidad
de que los partidos fueran extremadamente burocráticos, utilizando la
terminología weberiana, o que la figura del líder desapareciera. Aún más,
muchos de los partidos estuvieron estrechamente ligados a la figura del líder
con ciertos visos carismáticos, excepto a mi entender, el civilismo del siglo
XX.
El trabajo de McEvoy enfatiza, como se menciona en el
prefacio, un punto crucial para entender el presente del Perú: la necesidad de
volver nuestras miradas al siglo XIX, donde se forjó buena parte de nuestra
actual cultura política. Esto incluye la lucha por la ciudadanía como un
derecho y a todo el problema de la relación entre libertad e igualdad, lo cual
es mencionado por Tocqueville como eje principal del problema de la modernidad.
Esto último tuvo su génesis en un siglo que está dejando de ser olvidado por
trabajos ingeniosos y sugerentes como los de Carmen McEvoy.
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